Acerca de la violencia entre varones

Desde el inicio del Juicio por el homicidio de Fernando Báez Sosa, la ciudad de Dolores y el país entero permanecieron en vilo día tras día, siguiendo los acontecimientos de cada jornada del debate, que vale decir registró un seguimiento mediático pocas veces visto.

Concluido el proceso y expedida la sentencia, hoy nos parece pertinente enunciarnos sobre algunos puntos -a nuestro entender trascendentales- ya no relativos a la comprensión o análisis del caso en sí, o respecto al trazado de diagnósticos sobre la personalidad de los acusados, sino para reflexionar acerca de la línea de prevención en hechos similares, tal y como nos compromete nuestro trabajo.

Nos interesa el análisis general de las conductas, actitudes, como así también las cuestiones sociales y culturales que atraviesan el caso, para abrir interrogantes y pensar conceptos, que orienten una línea preventiva.

En este aspecto debemos resaltar que no es el objetivo de este texto restar responsabilidad a quienes participaron en la muerte del joven Fernando. Siendo personas mayores de edad, con facultades de razonamiento y elección, deben ser responsabilizados legalmente por los hechos que cometieron, sin que ello implique una opinión sobre la condena que sobre ellos ha recaído.

Pero esa Justicia que fue impartida, en definitiva, no nos devuelve a quien falleció, ni previene nuevos hechos de esta naturaleza… Nos preguntamos y debatimos: ¿Una sanción jurídica “ejemplar” para algunos de los acusados con las máximas penas que prevé el Código Penal Argentino, tendrá eficacia en prevenir estos episodios a futuro? ¿Acaso estas condenas realmente impactarán en el cese de más muertes entre jóvenes ocasionadas en riñas, en espacios nocturnos? Creemos que la respuesta es negativa.

El informe de estadísticas vitales realizado por el Ministerio de Salud de la Nación, nos decía que, en 2018, murieron en Argentina un total de 604 varones, de entre 15 y 29 años, víctimas de agresiones. De ellos, más del 40% tenía entre 20 y 24 años. Estos datos fueron publicados a fines de 2019 por la Dirección de Estadística e Información de Salud (DEIS).

De las 1.641 muertes totales por agresiones (en todas las edades y ambos sexos), casi el 83% (1.361) fueron varones, y en todos los casos, la mayor cantidad de decesos se concentra en las franjas etarias correspondientes a la adolescencia y la juventud (entre 15 y 29 años) con 694 fallecimientos.

En julio de 2019, la entonces Secretaría de Salud de la Nación y Unicef Argentina publicaron un informe analizando, entre otros factores, el fallecimiento de los adolescentes en Argentina sobre la base de datos de la DEIS en 2017. En este sentido, la socióloga Ana Miranda (responsable del Programa de Investigaciones de Juventud de Flacso Argentina), en nota brindada a Telam, detalló «Si bien la mortalidad en la adolescencia no es un evento frecuente y apenas representa el 1% del total de muertes que se producen anualmente en el país, adquiere una gran relevancia el hecho de que más de la mitad (57%) de las defunciones de adolescentes resultan evitables, ya que son secundarias a causas externas”.

A colación de lo expresado, cabe aclarar que se entienden por «muertes externas» a aquellos accidentes o eventos no intencionales, suicidios o lesiones autoinflingidas, agresiones o lesiones intencionales y defunciones por intervención legal. En ese contexto, el informe advirtió que en las defunciones por violencias existe una marcada sobremortalidad masculina: por cada mujer adolescente fallecida, murieron cerca de tres varones. Es en el caso de las agresiones cuando la tendencia se incrementa sustancialmente: cinco varones fallecidos por cada mujer.

Por su parte, el médico psiquiatra Enrique Stola, destaca que la violencia entre varones, es más recurrente de lo que pensamos, que no está problematizada y señala: «Se trata, en definitiva, de modalidades de expresión de la misma violencia, intragénero cuando se aplica sobre otros varones, y de género cuando es sobre mujeres y otros géneros subordinados».

Este concepto también abarca las violencias que pueden ser ejercidas entre personas del colectivo LGTBIQ+, dentro de un mismo vínculo sexo afectivo.

En una entrevista para el medio “El Editor”, titulada «La sociedad sigue produciendo y sosteniendo la mentalidad patriarcal», el Dr. Stola realiza un análisis del caso Báez Sosa, tomando como punto de partida los mandatos sociales de la masculinidad hegemónica heteronormativa: “los acusados vienen cumpliendo con lo que se espera de un macho en nuestras sociedades: varones que atacan con violencia física y verbal, gritos descalificatorios de contenido clasista-racista y la expresión de emociones y sentimientos que tienen que ver con el sentirse machos. Se identifican como grupo y cada uno con el grupo, debiendo mantenerse la lealtad y no expresar otras emociones y sentimientos que demuestren “debilidad” a la mirada de los demás. Agredir violentamente, vencer al otro y sentir que individualmente y como grupo son poderosos es parte de los rituales de reconfirmación de la propia masculinidad, tal como lo exige la sociedad patriarcal”. De la misma manera, resalta cómo la expresión “sin piñas no hay alta noche” es asumida por miles de jóvenes en nuestro país, quienes “consideran que la pelea y el sometimiento de otros es parte del divertimento”.

Regresando al tema de la condena legal y social por la muerte de Fernando… ¿Qué es lo que nos lleva a pensar que una condena ejemplar servirá a los fines de impactar en la juventud para que estos hechos dejen de suceder?

Hemos relevado en los últimos tres meses al menos 10 casos similares, muchos de ellos acaecidos luego del inicio del juicio por el homicidio de Báez sosa, en los que un grupo de varones golpea y lastima a otro varón, que suele estar solo o en desventaja numérica.

Hace apenas unos días atrás leíamos el titular en la placa del noticiero de un canal importante, “La violencia no frena: golpean entre 10 a un joven a la salida de un boliche en Cañuelas”, mientras se veía un video del hecho, donde entre varios varones pateaban en el piso a otro adolescente varón, quien según informaba el medio, quedó internado con múltiples lesiones y fractura de cráneo.

Por citar algunas noticias y sus titulares:

  • “Brutal pelea a la salida de un boliche en el Bolsón: tres heridos”. Dos grupos de jóvenes se enfrentaron en una brutal pelea callejera a la salida de un boliche, con 3 heridos, dos internados de gravedad. En el video se puede ver a tres jóvenes que producto de los golpes caen inconscientes en el asfalto, “a ese lo mataron y a ese también”, se oye en el video de quien presenciaba la escena. En infobae.com, del 6/11/22.
  • “Año nuevo con violencia: un apuñalado en una pelea callejera, donde tres jóvenes fueron abordados por una decena de sujetos en la madrugada de Año Nuevo”. En nacpopcañuelas.com, del 3/1/23.
  • “Diez agresores desmayaron a trompadas a un joven a la salida de un boliche y festejaron: lo matamos”. “…Los vi acercarse y pensé que podía pasarme lo que le pasó a Fernando Báez Sosa”, dijo la víctima. En tn.com.ar, 11/1/23.
  • “¡Se van a matar, basta!: brutal golpiza a la salida de un boliche en San Pedro”. “…Lo podés matar, ¡pará!” le gritaron a uno de los agresores, sin lograr disuadirlo de su violenta reacción. En Perfil.com, del 20/1/23.
  • “Violencia en la madrugada de 25 de Mayo: una pelea que pudo terminar en tragedia”. Varias personas se trenzaron en la calle a golpes de puño y hasta patadas en la cabeza, es lo que se observa en los videos mientras se producían gritos y corridas por doquier. En 25digital.com.ar, del 23/1/23.
  • “Mataron a un adolescente tras una pelea a la salida de un boliche en Jesús María: son 20 los detenidos”. Tras el enfrentamiento entre dos grupos de jóvenes, se dispersaron y quedó una persona tendida en la vía pública, un joven de 16 años con un golpe en la cabeza, que habría sido un botellazo. En Infobae.com, del 8/1/23.
  • “Violencia en las calles: balean a un hombre durante una pelea callejera en San Miguel de Tucumán”. En viapais.com.ar, del 3/2/23.
  • “Detenidos y hospitalizados por peleas grupales a la salida del boliche en Neuquén”. “Este lunes, último día del fin de semana largo, amaneció con tres peleas grupales, dos en el centro, y otra en el barrio el Progreso. Uno de los hechos termino con 10 personas detenidas y tres en el hospital”. En Noticiasdebariloche.com.ar, de noviembre del 2022.

Sumado a estos hechos que han sido noticia, podemos citar cantidad de relatos de amistades, familiares, conocidos, pacientes o jóvenes con los que realizamos talleres, donde se describen escenas de enfrentamientos con otros individuos, en grupo o individualmente, peleándose “a trompadas y patadas”, o en el peor de los casos mediante el empleo de diversos objetos, a la salida de boliches, de colegios, de partidos, de cumpleaños o eventos de cualquier índole, o incluso en la calle, por conflictos de tránsito.

Historias disímiles y a su vez similares que se repiten una y otra vez. Escenas que no son solo de la actualidad, sino que vienen reproduciéndose y avalándose, implícita o explícitamente, pero que ocurren, ocurrieron, y al parecer, continuarán ocurriendo.

Si nos detenemos a mirar nuestra historia, podríamos retrotraernos a aquella época en la que se aplicaba “la Ley del Talión” (en latín, lex talionis), que es la denominación tradicional de un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido, obteniéndose la reciprocidad. Época en la que se aplicaba la conocida frase del “Ojo por ojo”.

Este antiguo ordenamiento jurídico, evoca esa necesidad inherente al ser humano de castigar, de ejercer sufrimiento y castigo físico y/o social sobre quienes no se ajustaban a los mandatos sociales de ese entonces. Si bien los mandatos que rigen nuestra actualidad difieren de aquellas imposiciones normativas históricas, cierto es que también dejan al descubierto una especie de efecto Talión, que sí sigue vigente, en la calle y en el imaginario social.

Ahora bien, la justicia dejó de ser divina y retributiva, y los hechos de violencia continúan sucediendo. Evolucionamos, sí, y por ello es que nos asombra que el ser humano pueda matar sin contemplación del otro. El sujeto actual parecería alienado, donde se hace difícil este registro del otro, distinto a mí, y la capacidad de empatía parece desvanecerse. Hay menos tolerancia ante los hechos de violencia, y pareciera que se ejercen con más crueldad: “La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de paisaje de crueldad”, había señalado la antropóloga y activista Rita Segato. Vemos que, en la actualidad, no hay espacio para la mediación de la palabra, para la simbolización, sino que todo es impulso y pasaje al acto, al mejor estilo de la película “Relatos Salvajes”.

Los motivos que se esgrimen para explicar las causalidades de los conflictos pueden variar, incluyendo justificaciones irrisorias y superficiales sobre cómo se vestía, cómo miraba, o si aparentaba ser un digno rival para desafiar la propia destreza… Son muchos los ejemplos que podríamos detallar y como ya referimos, no responden a eventos atribuibles sólo a estas generaciones actuales. “En el barrio hay que plantarse” nos refirió un joven de 15 años en un taller de masculinidades y salud mental.

Esta problemática no es selectiva de una clase social puntual: sucede en lugares que pueden verse muy dispares a lo lejos: del boliche más “cheto” y de moda, a la bailanta más “cabeza”, o al bar de rock “más pesado”, “más heavy”.

En estos ambientes, donde la nocturnidad genera otros matices, se mezclan distintas tribus urbanas, grupos, consumos desmedidos de alcohol y drogas, subjetividades diferentes, y las coyunturas propias de cada escena, donde un “¿qué miras?”, “le hablo a mi chica”, “me volcaste el vaso”, “me manchaste la camisa”, pueden ser la chispa que enciende el conflicto y la tensión, se da lugar a los impulsos, y en cuestión de segundos, las peleas y las violencias, se hacen presentes. Escenas que pueden ser realmente muy cruentas, feroces y violentas.

Esto fue muy bien analizado y descripto por el antropólogo argentino Mario Margulis, autor de “La Cultura de la Noche” para describir el escenario de la noche porteña en los noventa. Sería pertinente citar parte de ese texto, que aplica plenamente a la época actual, “En el tiempo y el espacio de la fiesta fluyen condiciones para que emerjan otras características de lo festivo: la libertad, la rebelión, la subversión de los poderes, el goce, la imaginación, el éxtasis. En la fiesta, la gente oficia su propia fiesta, se libera de los poderes habituales, de la dominación cotidiana, mediante la risa, el grotesco, la máscara… la risa es el gran instrumento de liberación, el humor, la burla, el insulto y la ridiculización de los poderosos, y ello es sólo posible en la fiesta, en el espacio y tiempo acotados en que es lícito invertir las condiciones habituales de existencia… la fiesta se realiza a través de estas oposiciones, de este situarse en un plano antagónico, activando lo opuesto de lo habitual opresivo… Pese a este esfuerzo por desentenderse del mundo diurno, en la cultura de la noche no dejan de estar presentes las formas de dominación y de legitimación vigentes en la sociedad. Predomina la dinámica de la distinción, de la exclusión, de las jerarquías… Existe la necesidad, la urgencia en los jóvenes por encontrar a sus pares, constituir agrupamientos, encontrar el espacio propicio para integrarse y diferenciarse, construir -aunque sea en el marco frívolo, fluctuante y transitorio de la noche- señales de identidad… La cultura de la noche es etnocéntrica, clasista y, hasta podríamos decir, racista…”.

Vemos, que en todas las escenas que analizamos se repiten escenarios, actores, coordenadas y posibles variables: se dan de noche/madrugada entrando la mañana, se originan y comienzan dentro de boliches o espacios destinados a la recreación y diversión (fiestas), y finalizan en la calle o zonas aledañas a donde se desarrollaba el evento. Los protagonistas recurrentemente son varones con considerables niveles etílicos en sangre o consumos de drogas ilegales (marihuana, cocaína, éxtasis, las más frecuentes).

Describe Margulis: “Dentro de cada género de la cultura de la noche existen códigos sutiles para reconocer y apreciar la afiliación a los diferentes matices. Para ser aceptado es frecuente que un joven deba hacer un esfuerzo de adaptación en su apariencia, su lenguaje, su vestimenta, sus modales. La cultura de la noche genera un efecto de aculturación, hay un proceso de socialización que se inicia antes del ingreso y al que los jóvenes se avienen para ser aceptados, para pertenecer, no ser excluidos, para ser legítimos. Cada uno de los locales de la noche tiene sus normas implícitas o explícitas, a las que hay que avenirse; a esto se suman los controles intragrupo, los códigos sutiles que regulan la pertenencia a las diferentes tribus, establecen las condiciones para pertenecer y detectan las transgresiones”.

Es allí donde radica nuestra mirada, donde advertimos a esos jóvenes – con identidades aún en construcción- como personas que responden al modelo de la masculinidad hegemónica, que sigue más vigente que nunca como norma o mandato social. Más que buscar una razón ontológica de la violencia en las personas, esta condición de violencia se inscribe en la construcción de una masculinidad latente en nuestra sociedad, la cual promueve un esquema consciente y racional de su implementación, y la avala.

Al respecto, el Doctor en Comunicación Juan Branz, quien investigó sobre el problema de las masculinidades en el deporte y los espacios urbanos, afirma que estas prácticas se producen asiduamente porque para quienes las ejecutan “perpetrar al otro mediante violencias (simbólica y física) es la celebración de la propia masculinidad que no acepta otro modo de vincularse con otro varón”.

En idéntico sentido, Rita Segato sostiene que “el mandato de la masculinidad exige al hombre probarse hombre todo el tiempo; porque la masculinidad, a diferencia de la femineidad, es un estatus, es una jerarquía de prestigio, se adquiere como un título y se debe renovar y comprobar su vigencia como tal”. Cabe señalar entonces, que la obtención de esa masculinidad, está estrechamente ligada a la reproducción de un sistema de dominación que se concretiza a través de un discurso y prácticas violentas, que no toleran la otredad.

Fuerza y masculinidad son parte intrínseca del modelo impuesto por la norma, por este imaginario social que nos engloba como sociedad. Fuerza que se caracteriza principalmente por el desempeño y la aptitud física del individuo, que le otorga cierto reconocimiento en su grupo de pertenencia.

Esta fuerza que enaltece frente a los propios pares, como símbolo de poder, suele llevar a los varones a exponerse a sí mismos y a otros/as a conductas violentas, como son las peleas. Pues la fuerza física y la competencia son claves en estos espacios exclusivamente de hombres. Desde la infancia se impulsa e incentiva, sobre todo a los varones, a practicar todo tipo de deportes y juegos de fuerza.

El mundo del deporte (no sólo del rugby) tiene un papel preponderante en la formación de niños y niñas, sobre todo cuando tienen edades para “competir” y se comienza a entrenar la agresividad en la práctica, la competitividad furiosa donde “todo vale” en nombre de la victoria. Quienes no desarrollen estas “aptitudes”, posiblemente son quienes luego quedan fuera del equipo o no son tenidos en cuenta al momento de “competir”. Tema central éste, pensando en la prevención de las violencias.

También es necesario señalar que en este afán de ser respetados por nuestro grupo de pertenencia (familia, amistades), es sumamente difícil para una personalidad e identidad en construcción no buscar la aprobación de nuestros pares. En esta cuestión de “supervivencia social” debe reconocerse lo difícil que es para un varón poder plantearse cómo quiere o desea ejercer su masculinidad, sobre todo cuando se ridiculiza, agrede, acosa o segrega a quien expresa ese deseo por fuera del modelo tradicional hegemónico, como ocurre en el caso del bullying escolar.

No debemos obviar que nuestras infancias y juventudes aún hoy siguen siendo socializados por personas adultas (padres, madres, familiares, docentes, profesores, etc) que fueron también socializados con los mandatos tradicionales de la masculinidad hegemónica, adultos que, en ocasiones, justifican, reproducen y perpetúan estos estereotipos.

Nada de todo lo que acontece hoy en día con nuestras adolescencias y juventudes es sorpresivo, o nuevo.

No se trata aquí de buscar responsables individuales ni ocuparnos de señalamientos. Se trata de reconocer que estas juventudes han sido formadas por todos nosotros, porque la sociedad somos todos. Todas las personas, en forma consciente o inconsciente, formamos parte del imaginario social y del proceso de socialización de estas infancias y adolescencias actuales, debiendo ocuparnos de repensar cuáles son los ejemplos que hemos dado, y que seguimos dando.

Entonces, ¿cómo hacemos para prevenir la muerte de otro joven, en manos de otro u otros adolescentes exacerbados por la irracionalidad y la demostración de poder ante el uso de la fuerza y la violencia? ¿Cuál es el rol que debemos ejercer como personas adultas, encargadas de este proceso de socialización de nuestras infancias y juventudes, para evitar que estas situaciones de violencia y peleas recurrentes sigan teniendo lugar?

Como primera medida es imperante realizar una autocrítica sobre nuestros propios pensamientos y acciones, para tratar de identificar nuestras limitaciones en este aspecto y comenzar a desafiar, con acciones claras y determinantes, este modelo tradicional de la masculinidad, dando lugar al autocuidado y al cuidado del otro, a la expresión de los sentimientos y emociones, al diálogo y el respeto cómo única herramienta válida para la comunicación, a respetar las identidades y diversidades de cada individualidad. Como madres, padres, hermanos/as, docentes, vecinos, amigos/as, extraños/as, es nuestra responsabilidad hacer llegar el mensaje a las nuevas generaciones de que este tipo de actitudes ya no serán sinónimos de poder, admiración o temor, tomando intervención pronta y oportuna para disipar y cuestionar cualquier hecho de esta naturaleza.

Advertimos que es necesario pensar políticas integrales de prevención para estas violencias, en múltiples espacios y dimensiones, así como en todos los niveles educativos. Con Equipos Técnicos idóneos y capacitados, que se integren a la labor con las juventudes dentro del ámbito de la educación, del deporte, del barrio y la noche, trabajando en territorio, desde el preescolar, durante la primaria y secundaria.

Hoy esta actividad queda relegada a la empatía, apertura y buena predisposición de algún directivo o docente, que sumergidos en la cotidianeidad de los jóvenes y con especial atención a las escenas que transcurren en las aulas, o que se ventilan dentro pero ocurren fuera de ellas, pueda decidir trabajar ciertas problemáticas con sus propios recursos, o bien, peticionar la colaboración de algún equipo de profesionales de su localidad para brindar una charla, un taller, “algo” para trabajar y concientizar. Prevención del bullying, violencia entre varones, vínculos (noviazgos) con violencias, prevención del suicidio adolescente, consumos problemáticos, son algunas de las temáticas más solicitadas.

Los Equipos Técnicos que actualmente se desenvuelven bajo las distintas esferas estatales para el abordaje de las violencias, sabemos qué hace tiempo se encuentran desbordados en lo que respecta al abordaje de casos judicializados o en vías de judicialización, lo que permite traslucir la imposibilidad de éstos para realizar y sostener la actividad de promoción y prevención, como debiera cumplimentarse. Necesitamos que los profesionales que conforman estos Equipos puedan salir de la oficina, el consultorio y el discurso académico, para centrarse -a la vez- en la prevención de estas problemáticas, con y para nuestras juventudes, en el territorio, con prácticas comunitarias.

Sin restar la relevancia del caso Báez Sosa, que hoy traemos a colación justamente por el alto nivel de mediatización que tuvo, y siempre desde el más profundo respeto a su memoria y al dolor de su grupo familiar, es nuestra intención con este breve texto señalar que la violencia entre varones existía, aún existe y que lamentablemente, va a seguir existiendo.

La realidad demuestra que las agresiones que sufrió Fernando no fueron producto de un hecho aislado, obra de 8 únicos “perversos”. La misma realidad también nos indica que por más severa que sea la sanción jurídica a aplicar, ello no será motivación suficiente para que este tipo de hechos vayan a mermar. Creer lo contrario sería mentirnos a nosotros mismos, evocando ficciones que nos tranquilicen el pensamiento, pero no que efectivamente contribuyan a cuidar y resguardar a nuestras niñeces y juventudes.

Lo que debemos hacer, ahora mismo y sin demora alguna, es direccionar nuestras energías a políticas preventivas reales. Exigir por ellas y respetarlas, para así también poder hacerlas respetar.

Para quienes trabajamos en el abordaje integral de las violencias, este tipo de casos nos provoca el desafío de seguir diseñando y realizando acciones que orienten a la prevención de estas problemáticas, desnaturalizando estas prácticas de poder que moldean la masculinidad a través del sometimiento hacia el otro, previendo y pretendiendo llegar antes del hecho consumado.

Equipo Técnico
ONG Generación Igualdad
Abogada Mariela Migueles
Abogada Gisela Bournot
Lic. En psicologia
Vanesa Moreno
Lic. En psicologia Esp. En psicologia forense Roberto Domingo Battaglia

Referencias bibliográficas

  • Nota, “violencia Juvenil” en https://www.baenegocios.com/sociedad/Violencia-juvenil.
  • Margulis Mario, “La cultura de la noche. La vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires”. Editorial Espasa, 1994.
  • Stola Enrique, en “Feminismos, Derechos Humanos, igualdad como principio de la acción y libertad”. https://stolaenrique.co/2023/01/16.
  • Rita Laura Segato, en “Contra-pedagogías de la crueldad”. Prometeo Libros, 2018.
  • Rita Laura Segato, en “Las estructuras elementales de la violencia”. Universidad Nacional de Quilmes, 2003.

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